viernes, junio 15, 2007

El Jinete. Apocalipsis 19. 11-19






En el Libro de las Revelaciones de San Juan, un episodio cobra singular relevancia por sus repercusiones históricas. Sin adosar a esta reflexión más que una fascinada arbitrariedad, el hecho que ahora se trate la aparición del Jinete en su caballo blanco presto a combatir con la Bestia, no minimiza en ningún aspecto la profundidad y alcance de la Jerusalén Celeste, Los Siete Sellos y el Reino de los Mil Años. Así, la presencia del Jinete pareciera incrementar la tensión en el desarrollo escatológico del libro, pero desde otra óptica, en el fondo sería la constatación del carácter beligerante de las mutaciones. En ese sentido, el Jinete como el llamado “Fiel” o “Veraz” que combate con “Justicia”, es el nuncio del Dios innombrable, aquél que parece ser un Anciano o un Rey. Por eso su nombre es Palabra de Dios, y por eso en su manto y muslo lleva grabados los nombres Rey de Reyes y Señor de Señores.

Desconociendo por completo su origen, es pertinente agregar que el Jinete es ya un lenguaje y una escritura. Es el incognoscible Nombre de Dios que se abre paso entre los estratos del cielo para, en un destello, conducir al ejército celeste hacia la Bestia, no sin antes un precavido ángel llamar a los pájaros para que dénse un festín con la materia noble de la tierra. Tal es la situación inicial que luego deviene batalla contra los Reyes de la Tierra, La Bestia y el Falso Profeta (haciendo eco del exterminio del Profeta Elías sobre la caterva de falsos profetas de Baal en el Monte Carmelo), para así conducirlos al lago de fuego que consúmese en azufre. Finalmente, se recuerda que a los aún no castigados el Jinete les propinó ley por la espada que salía de su boca. Es necesario detenerse en este punto, para ver en qué medida la Justicia del Jinete se debe a su capacidad de exterminar, a saber etimológicamente, llevar fuera de los términos o desterrar. Así, su valía de lenguaje, vehículo y contenido, se intensifica al punto de ser metaforizada en torno a la lengua (anfibológica) como una espada. Ya la voz es asesina, en tanto revelación de un fin inminente: la entrada de la eternidad en el tiempo mesurado.

Pero eso no es todo. Pues si bien la interpretación figural, a saber, aquella que busca ecos o cristalizaciones de eventos inconclusos en el mismo Libro (Biblia), es una forma de paralelismo o intratextualidad especular, también es una lectura. Por lo mismo, como fundamento Occidental, la Biblia es un sumidero de metáforas e historias que buscan una culminación. Una aterradoramente aguda y extensa historicidad (acontecer) que deja tras suyo cabos sueltos. La Biblia es parte del canon cerrado, lo es incluso en sí, mas tanto en el judaísmo como en la espuria cristiandad, la esperanza de una vitalidad perenne en el sentido tradicional, no bebe directamente de la fuente. No es el canon cerrado el ámbito de la resurrección ( o vivificación de la fe), por el contrario, halla su hospicio en un canon abierto: La escritura sagrada es básicamente ininteligible, por lo mismo, la interpretación y el comentario son las vías de aproximarla al hombre. Ya sean los Padres de la Iglesia o los Sabios Rabíes del Midrash, la necesidad de un comentario y de una apertura es innegable. Por lo mismo, cada lectura del Libro es la huella de la voluntad de hacer conclusivo el tiempo mesiánico, la Parusía(segunda venida de Jesucristo) o la Revelación Total como clímax de la historia escatológica. Cada lectura es un intento de abrir la palabra de Dios y su sacra realidad poética(dispensadora de exterioridad siendo auto-referente), de hacer un intertexto entre la divinidad y el humano. Así es posible encontrar paralelismos fuera de la escritura. Hallar reiteraciones aparentemente azarosas, en experiencias disímiles. Tal es el caso del décimo avatar (encarnación personal de la divinidad) de Vishnu (El conservador del Universo) llamado Kalki. Al igual que el Jinete, dicho avatar es el restaurador de la edad dorada, junto a su caballo blanco y la espada. Su función es la de limpiar y destruir la aberrada construcción del mundo en base a la inversión. Los valores trastocados y la ley disminuida llevan a Kalki a entrar en guerra contra los Reyes del mundo en decadencia. Tal disolución tiene tiempo y nombre en la mitología hindú, es la era del Kali Yuga ( La edad oscura). Ciclo en que el Dharma (Ley, Verdad, Rectitud Moral y ortocentro de cada realización privada o no de verdad en cada Dharma individual- Ley universal de las mutaciones-) debe volver luego de la muerte y destrucción del estado anterior.

Algo se escapa y algo pareciera perderse entre ambas figuras. Y es que hay ya una interpretación interlineal en la aparición del Jinete. Su ropa manchada de sangre y las aves prestas para el banquete son signos ineluctables de un tiempo de siega. Como planteara el Cristo del Evangelio Apócrifo de Tomás, la Parusía será la cosecha, separación de los granos y posterior tasa de almas, que culminará con la vida eterna. Tal condición (quizás ya presente en San Juan Bautista) marca el carácter ritual de la destrucción y lleva a pensar en cada sacrificio como acto de purificación, de entrega y, por sobre todo, de comunión con un tiempo otro, un tiempo pleno del que se habla en las Revelaciones como próximo.

Tal tiempo es inexistente, es la eternidad divina que antecede y sucederá el accidente del tiempo. La historia es humana y la Revelación el vínculo entre realidades oximorónicas. Así la Revelación en Patmos es el lenguaje de la proximidad, pues todo tiempo eterno está próximo en la medida de Dios. La paradoja del tiempo mesiánico se cifra en la escritura y su decibilidad, pues la Revelación Total es la apertura del Libro a los Justos.

El Libro es el Cosmos. La Ley es el Libro. Así reza el credo del pueblo Judío al considerar al mundo como un texto y la historia como escritura. Todo está ya en la Torah (Ley-Pentateuco) y los paralelismos son la incapacidad de escapar al tiempo inconclusivo: el tiempo humano vacío de Dios. Por tanto, la historia textual de la fe es aquella en que el fiel logre interpretar y así escuchar a Dios en la escritura. El pueblo judío se ve interpelado en la labor mesiánica al incorporarse a la creación como un agente en el fin de la historia. Así el Ari ( Isaac de Luria de Safed), fundador de la Cábala Palestina, plantea en su cosmogonía, que Dios creó el universo desde una retención de aliento. Y bastó esa medida para que el cosmos entero se viera roto, como un cúmulo de vasijas quebradas. Por tanto la labor del cabalista es restituir el universo, mas no devolverlo a un momento ideal. No hay tal. La creación es catástrofe.

Todo movimiento repetido, o por así decirlo, puesto en paralelismo, es signo de una inconclusividad, de una reiteración de la catástrofe. De la misma manera, el Jinete encuentra ecos en la historia extratextual, incluso fuera del comentario o canon abierto. Ya algunas imágenes muestran a Napoleón y a San Martín en un gesto similar al del Jinete y Kalki. Montados en sendos rocines cabalgan a la victoria con el gesto revolucionario. Por ende, la situación secular de la escatología es el pulso utópico de las revoluciones, vital en la modernidad como sistema de crisis. Así, la errática condición del sujeto puede ser leída como un eco de la inconclusividad del destierro en el Desierto por cuarenta años. No hay aún Tierra Prometida, y tanto el Nombre de Dios como las sentencias del Sinaí, siguen repercutiendo como lo hace un sonido que no encuentra respuesta en el oído sin adiestramiento. No hay escucha y tanto la historia sagrada como secular se instalan desde la débil fuerza mesiánica, que no es más que el impulso literario: el sentido se encuentra en el desplazamiento (no freudiano) y por el desplazamiento la revelación es eclipsada. En resumidas cuentas, la suspensión de la plenitud.

La Revelación es el eco de un fracaso anunciado en el cual se regocija quien no desea conclusiones, quien no respeta dogmatismos. Por ende, lo revelado no deja de ser insospechado. El fundamentalismo escatológico no es la salida a una revelación de la fe completa, a una reinseminación del pensamiento religioso, por el contrario, es la asfixia de dicho pensamiento. Mientras más directo así también más secular es la respuesta. Por el contrario, la visión crítica de esta arquitectura de ecos intra, inter y extraliterarios, asume un cariz aleatorio y caótico, propio de la incertidumbre medial en que están sumidas las disciplinas, al punto de suspender, en el mismo sentido del funcionamiento textual (histórico y literario), la respuesta al porqué de la aparición sostenida de una figura escatológica en el imaginario moderno. Quizás desde la misma literatura, citando a Borges, el asunto no sea más que una materia fabulable a interpretar. Pues como ya lo recordaba el argentino, la religión es uno más de los géneros de la literatura fantástica. Literatura que, por cierto, se granjea prestigios mediante la dialéctica indeclinable entre el fundamento racional y la ilógica condición de lo mágico, desde el delicado linde que Tzvetan Todorov identifica como la vacilación o la duda.

Hay duda, mas no certezas. Y es en ese mismo dudar que surge la voluntad de llenar los hiatos, de interpretar. Quizás errando de la misma manera que los practicantes del Midrash al incluir textos secundarios (Eclesiastés) al canon judío, la errancia del lector moderno peca justamente en su triunfo: ser incapaz de distinguir, por ignorancia, el límite que separa la ficción del documento histórico o el texto sagrado. En esa incapacidad se podría decir que la historia humana es el texto en que se juega el clímax literario o la especificidad ontológica literaria, esto es: confundir los planos de realidad y ficción, a la manera del Retablo del Maese Pedro (Quijote de la Mancha), hasta el punto en que las iteraciones en la “realidad objetiva”, puedan ser interpretadas como nudos de sentido en base a una conciencia estructurante. Quizás sea esa la razón. Devolver a lo secular la débil fuerza mesiánica, o bien reinstalar el temor de Dios y el advenimiento del juicio en el ámbito del descrédito. De la misma manera, el compartir visiones de mundo entre culturas disímiles, no hace más que reforzar la idea que trata de la perpetuidad de ciertas metáforas (Borges) que constituirían la historia. Así, como ocurre en una novela cuando se repite en distintos planos y tiempos la figura de una revolución (ya sea religiosa o secular), es pertinente señalar que la repetición asume la máscara de una verdadera quietud, de una intransitividad que quizá (religiosamente) pueda darse en la forma de la Revelación, pero cuando sea el tiempo sin tiempo, o bien, desde un peregrino punto de vista, La Revelación misma es el acto de exteriorizar el acontecer temporal, mostrando que si es que hay una recurrencia, esa es la del juicio y la violencia: La destrucción de las formas.

5 comentarios:

Víctor Quezada dijo...

Que la religión sea un género, y que por tanto pueda hablarse de un canon y su fundamento, es una gran certeza, el canon en sí es acertivo (y perdón por el neologismo) mientras niegue u olvide: es importante encontrar en el pensamiento del canon las dudas que lo hieren, resquebrajan en canones accidentales, digamos...

Por otra parte ¿por qué tanto exoterismo? Frente a problemas tan complicados y dudosos no sé si es necesario hacer del caos un método: aunque el rizoma sea también una clave de lectura posible...
(qué es parusia... porque no explicar si es que se explica dharma...)

David Villagrán Ruz dijo...

arregla tu blog po wn, ta too desconfigurao!

oye, la lila tuvo 5 hijos, posiblemente del incestuoso fortunato, estamos pensando en cortarle el unico coco que tiene, pero seria injusto.

saludos!

Anónimo dijo...

Estoy en Patmos, hoy iré a tirarte las patas en la noche. Supongo que a los como tú no les basta con la advertencia final de mi libro.

Anónimo dijo...

Estoy en Maracaibo, hoy iré a ponerte 2 goles más por la noche. Supongo que a los como tú no les bastan 14 años.

Anónimo dijo...

Il semble que vous soyez un expert dans ce domaine, vos remarques sont tres interessantes, merci.

- Daniel