Avanzamos por la calle husmeando como perros los fallos, caminamos y en el breve instante de la iluminación o el pensamiento, creemos, sentimos visceralmente que nuestro hábitat es una porqueriza, cruzado por saltimanquis, borrachos y mercachifles que envilecen al moverse, la posibilidad de una ciudad, una ciudad ordenada. Recordamos la instrucción, el acervo cultural e incluso aquello que desconocemos. Y como si fuera sistemáticamente cubierta por placas traslúcidas, imaginamos nuestra ciudad coloreada por soles atlánticos, nieves boreales y graves nombres de vientos y costumbres. Creemos en el orden. Entonces me pregunto, ¿quién y por qué nos hizo sentir vergüenza y esconder aquello que somos? Ya sea un vernáculo apellido, una toponimia o quizás el desorden que fija en los oscuros escondrijos del alma nuestros destinos. ¿Por qué confiamos ciegamente en los conocimientos extranjeros? Si bien es cierto que la democracia y la confianza en la especie nos conducen a la diferencia, a la aceptación del triunfo de ciertas lenguas en ámbitos específicos del saber, ¿acaso las lenguas no son el fracaso de comprender o conocer? Pensando bien la cosa, estimo inútiles tanto el regionalismo como el panintelecto. Intuyo que críticamente es imposible (no a la manera de la literatura, sino en un sentido menor) hacerse de las problemáticas identitarias o de la vergüenza colectiva, mas no ingenuo dedicarse a cuestionar los llamados saberes, o bien conocimientos, que por obligación debemos interiorizar. Ellos nos alteran, entran con su historia en nuestra historia sin borrar, eclipsan, decoloran: como lentes en razón de luz, trastocan aquello que no tiene forma, aquello de lo que es responsable quien ve, la primera mentira, la imagen.
Me he entristecido profundamente al comprender avergonzado, que la satisfacción intelectual no es más que pírrica, refiriéndome claro, a que aprendemos únicamente para mantener, para transportar algo que no es nuestro. Transportamos un conocimiento que nos agrada, excita, pero que no nos sirve más que para conversar o pretender ser críticos o poseer algún tipo de sapiencia. Guardamos herramientas que no sabemos usar. ¿A quién legaremos esta vergüenza por lo nuestro, por no ser antiguos o modernos o europeos? ¿A nuestros hijos? No. Será patrimonio del boato intelectual, de la clase lectora. Pero, qué más que humillación pretendemos, qué otro vejamen que cargar una historia que no conocemos ni apreciamos verdaderamente. ¿Por qué no la literatura para hacernos de esa vergüenza? ¿Para qué la literatura? Para preservar una inteligibilidad ya no cuestionada, un hato de saberes que a esta altura ya ni siquiera agrada o dan placer, para seguir conversando y haciendo verosímil coherencia o ironía-inversión. Ambas vías dan igual cuando son literatura. Cuando se posterga hacia un tiempo otro la individualidad y se es de la lengua nacional... cuando verdaderamente entramos a labrar con ignorancias declaradas, donde nada es claro: hacemos patria en los extramuros de lo conocido, tan sólo llevando a cuestas los recuerdos familiares, aquellos que nos hablan de desorden, de desagrados , de vergüenza.
Me he entristecido profundamente al comprender avergonzado, que la satisfacción intelectual no es más que pírrica, refiriéndome claro, a que aprendemos únicamente para mantener, para transportar algo que no es nuestro. Transportamos un conocimiento que nos agrada, excita, pero que no nos sirve más que para conversar o pretender ser críticos o poseer algún tipo de sapiencia. Guardamos herramientas que no sabemos usar. ¿A quién legaremos esta vergüenza por lo nuestro, por no ser antiguos o modernos o europeos? ¿A nuestros hijos? No. Será patrimonio del boato intelectual, de la clase lectora. Pero, qué más que humillación pretendemos, qué otro vejamen que cargar una historia que no conocemos ni apreciamos verdaderamente. ¿Por qué no la literatura para hacernos de esa vergüenza? ¿Para qué la literatura? Para preservar una inteligibilidad ya no cuestionada, un hato de saberes que a esta altura ya ni siquiera agrada o dan placer, para seguir conversando y haciendo verosímil coherencia o ironía-inversión. Ambas vías dan igual cuando son literatura. Cuando se posterga hacia un tiempo otro la individualidad y se es de la lengua nacional... cuando verdaderamente entramos a labrar con ignorancias declaradas, donde nada es claro: hacemos patria en los extramuros de lo conocido, tan sólo llevando a cuestas los recuerdos familiares, aquellos que nos hablan de desorden, de desagrados , de vergüenza.
4 comentarios:
la condición posmoderna de tu expresión americana...
Saludos, JM.
Ja.
Juanmanuel lo que llamas (in)satisfacción intelectual pareciera abordar todas las dimensiones, elementales y humanas.
Qué pasa con cuestiones como la intuición, como la pervivencia, como Dios, como el amor?
tú crees que podemos reducir toda la literatura a esa visión que tienes de lo intelectual?
pareciera que eso haces... tú sabes que el conocimiento teórico también puede ser visto como un pequeño impulso de un salto mayor que ya no tiene que ver con lo teórico...
oye... además... creo que haces lo mismo, es decir, que restringes bastante la lengua cuando hablas de patria, nacionalismos y esas cosas.... un nacionalismo bien comprendido, como originalmente fue concebido, pretendió ser un puente necesario entre el individuo y la humanidad... tan solo un paso.... tiene mucho que ver con lo que decía un señor B. Welte cuando hablaba del sentido y lo definía como la coincidencia posible de mi mismo conmigo como coincidencia con mi mundo.. significa, por consiguiente, que lleva a la coincidencia posible de mi mismo con mi ser en el todo, como una coincidencia de los entes en su totalidad".
Si te fijas hay una graduación. Así como en las religiones hay también graduaciones en las vias de acceso a Dios, pasos, escalas, etc. sólo fortalecer una puede llevar a su destrucción, pero siempre una destrucción que es un paso hacia la otra.
y además, esa es la gracia, se detruye para uno, pero debe seguir existiendo para dar vida a esta constante.
por eso no comprendo tu tendencia a hacer de tu experiencia intelectual una suerte de bandera que debería ser seguida.
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