domingo, diciembre 28, 2008

Sobre el egoísmo: Bolt



Puede pensarse inútil cuestionar si una producción actual, digamos, una película, una obra de teatro, un cómic o un libro incluso, son obras artísticas, pero dicha reflexión abarca, creo, una extensión mayor a la del prejuicio. Esto, pues desde el anestesiamiento de las facultades sensorias, la pérdida del aura o valor original, la producción en serie y el estallido de la técnica para fines violentos, sean estos guerras o revoluciones, la producción estética ha parecido replicar y repetir estrategias que en un comienzo fueron vanguardistas (tanto en forma como historia), al punto de transformarlas en un objeto de comercio. Más allá del valor de cambio, la producción de obras para satisfacer el gusto de ciertos sectores, es un ámbito de suma importancia en las humanidades, una vara que ha servido para medir la calidad y el estatuto de lo artístico o literario, al diferenciar, como hoy hacen algunos jóvenes, las obras del mainstream y aquellas marginales. Por lo mismo, y guiado por los estudios que desde hace veinte años se vienen realizando, o bien retomando los problemas del canon, creo que es imposible determinar si dentro de ese subconjunto llamado arte comercial, mainstream, best seller o como quiera llamársele, existe una materia homogénea. De esta incapacidad y duda, surgen las preguntas sobre las taras del teórico y el crítico a la hora de plantear sus cánones. Cómo y por qué se delimitan los territorios de lo excelso y abyecto, por lo general son incógnitas que no tienen solución. Cuestiones de egolatría, de desprecio a aquello que no alcanzamos a comprender, a todo cuanto nos rodea y desconocemos. Así, como los inquisidores, los conquistadores y los primeros aventureros del orbe, todo cuanto nos es desconocido, nos aterra. Por lo mismo, además de un nombre para dicha impotencia (misoneísmo), existe una forma de medir el tamaño del ego, esta es el tiempo. Sólo el tiempo que consume la carne, la interpretación y valoración de las obras, permite recuperar y descubrir el carácter transituacional, es decir, aquel en que se supere el momento en que fue creada la obra, posiblemente su capacidad de ser entendida y apreciada en otros tiempos más que el suyo.

Hablar entonces de la breve historia del cine, y más aún, la breve historia del cine animado, y, por qué no, de un cine animado de corte infantil, es trabajar desde una obligatoria marginalidad. En este sentido, un género de producciones audiovisuales enfocado en el público infantil, podría parecer un infértil territorio para la investigación. Por el contrario, numerosos estudios se han dedicado a interpretar ideológicamente los dibujos animados, las películas infantiles y otros dispositivos de entretención en los años formativos. Si bien es una de las posibilidades de análisis, tal fijación es obvia al percatarnos de que los dibujos animados plantean y desarrollan una silenciosa instrucción moral, ideológica y estética a los infantes. Curiosamente, películas que van en contra de la carnicería de la competencia económica, valoran la diferencia e insisten en el valor de la amistad desinteresada, han ido llenando el mapa de películas animadas de los últimos diez años. Shrek, Los increíbles, Nemo, Cars, Ratatouille y Wall-e son algunas de esas cintas que subterráneamente trabajan valores antisistémicos. ¿Por qué antisistémicos? Aunque la débil crítica cinematográfica insista en el valor familiar, el valor nacional implícito y la necesaria sumisión a poderes mayores, uno de los valores críticos de estas películas, al igual que algunos cuentos sufíes, es derrumbar el egocentrismo. Y siendo el ego, la individuación y la desconfianza, soportes de nuestro modo de vida actual, nuestra credulidad en el dinero, en el trabajo y las jerarquías sociales e intelectuales, que estas películas trabajen desde el fracaso (Nemo), la fatuidad del éxito (Cars), la diferencia (Ratatouille y Los increíbles) y la amistad, no como una pulsión aglutinadora, sino que desde la desviación y la soledad, marca un notorio cambio en la comprensión de un arte comercial, o quizás, de producciones que no son artísticas.

Ya Disney en el siglo pasado intentó esta instrucción moral desde la revitalización del romance y el folklore europeo, ignorando los alcances que pudiera tener dicho intertexto con sus etapas posteriores. Justamente, ha sido la parodia la estrategia que ha utilizado este nuevo arte para posicionarse desde la diferencia. Por lo mismo, Bolt, una película que dialoga con otras cintas de animales (Dumbo, El zorro y el sabueso, Bambi), aunque parezca continuar el uso de la fábula como género moral, da un pequeño vuelco a este tipo de producciones. Bolt, como Truman (The Truman Show), es un pequeño perro adoptado por una niña para formar parte de una serie de corte fantástico y de ciencia ficción, en la que la acción se desarrolla por las continuos raptos y querellas secretas entre poderes que pugnan por el control de la tierra. El eje de esta película, y su imaginación, versa en la ignorancia de Bolt sobre su estatuto de can común y silvestre, haciéndole creer la producción de la serie que efectivamente vive en ese ámbito. Bolt es un perro con súper poderes, un animal científicamente diseñado para cuidar a su dueña Penny que, como Quijano, carece de medios para descubrir los niveles de ficción en un nuevo Retablo de Maese Pedro. En este escenario que es el mundo, Bolt, incapaz de desconfiar en su misión, ante el rapto (en la serie) de su dueña, decide escapar de su casa rodante e ir a buscarla. Así, el viaje junto a Mittens (una gata abandonada) y Rhino (un hámster que consume su vida en una esfera de plástico frente al televisor) desde la costa este hasta Los Ángeles, como tantos otros viajes, va instruyendo a Bolt en el compañerismo y la amistad.

Aunque a primera vista, sencilla, Bolt desarrolla múltiples temáticas; desde la aceptación de lo que creía demoníaco (los gatos en la serie), pasando por la comprensión de su falibilidad, hasta llegar al descubrimiento de un nuevo modo de vivir, la cinta trabaja sobre el concepto del heroísmo. He pensado dicho concepto actualmente, cifrado en el éxito y la capacidad de tener subalternos, comprometido con el poder que se tiene frente a los demás, pensando, claro, en el dominio económico que un empresario o patrón ejerce sobre sus empleados. Pero hay más, pues si en la antigüedad el héroe era el cúmulo de virtudes, siendo esta la razón por la que su pueblo se rendía a sus pies, dicho heroísmo siempre estuvo ligado a la individualidad, a lo especial que existía en el héroe, su distinción, aquello que lo diferenciaba del resto de las personas.

Como mencioné al principio, Bolt se hace parte de una tradición de relatos en que los animales sirven alegóricamente para fines morales. Pienso en la última parte del Mahabharata, cuando Yudhistira antes de ascender al cielo en cuerpo y alma, debe decidir si deja al perro que lo había acompañado durante toda el viaje, o negarse al cielo. Yudhistira les responde a los dioses que moraban en el umbral, que no entrará al cielo si no lo acompaña su perro. Ante esto, el perro se devuelve a su informe realidad, dando cuenta que era el Dharma, siendo esta la última prueba antes de su aniquilación. También está Argos, quien descubre a su amo más allá de industria y tiempo. Miguel Serrano retoma esta figura, incorporándola a sus narraciones como un guía espiritual. Lo suyo hace Unamuno en Niebla al dotar de voz a Orfeo, el pequeño perro que lo acompañaba. Pero si es de animales que queremos rodearnos, debemos recordar la leyenda del horóscopo chino y los animales que fueron a ver a Buda, la religión del Shinto, para la cual cada animal es un dios, como cada materia viva y aparentemente muerta. Fértil el Indostaní en dichas imaginaciones, piensa los múltiples avatares bajo figuras animales. El nórdico imagina al hambriento lobo de los últimos días, y a la vaca Audumla que daba leche al gigante Ymir, origen de la creación; así también el hindú y el islámico observaron la vaca. Recordemos al camello comparado por los erráticos moradores del desierto con la mujer. Muchos ejemplos hay de la dignidad del animal, pero quiero detenerme en uno, el Mantic Uttair de Farid Uddin Attar, poema iranio del siglo XII que versa sobre el concilio que las aves realizaron para buscar su rey. Comparándose con el resto de las organizaciones en la tierra, los pájaros deciden subyugarse a su rey. El coronado, decidido a llevar a los pájaros ante el Rey, se dispone como guía en un viaje en el que van cayendo uno a uno, bajo las inclemencias del clima, los depredadores y el hambre, gran parte de los pájaros. Sólo treinta llegan al encuentro de los protectores del umbral, quienes considerándolos sólo tierra y deseo, les niegan la entrada. Sólo cuando los pájaros anulan su deseo, su voluntad y su ansia, les es permitido entrar a la visión y experiencia de ese pájaro llamado Simurgh, quien sería su Rey. Sentados los treinta en el trono de este Rey a quien ya amaban y de quien no necesitaban nada, comprenden que ellos son el Simurgh, y que el viaje que han realizado les ha revelado su verdad en el universo.

Quizás atribulado y confuso, torpe en mis disquisiciones, pensé en uno de los últimos valles que tienen que atravesar los pájaros en su viaje. Sentí un símil entre cada viaje animal, cada mención de la bestia para contemplación humana. Dicho valle es el Wadi-ye Faqr wa Fana o el Valle de la Pobreza y la Extinción. Es significativo que para nuestros mayores el viaje haya sido comparado con la muerte, así como todo cambio. Así, la fijación en este último valle, similar a los concéntricos estadios del Dante, me devuelve a esta producción que aún no sé si llamar bajo el nombre de arte. En Bolt, hay al menos dos asuntos que se vinculan con esta obsesión. Si pensamos los animales como alegorías, o simbólicamente dispuestos de modo que nos identifiquemos con ellos, la crítica puede estar dispuesta en el exceso de idiosía (estrechez del ego) que manifestamos al ser considerados por los otros, como importantes. Al cabo, Bolt viaja para descubrir la ficción del éxito y aquello especial que creía tener. Nada existe especial más que el mito y la romántica creencia en el genio, así se lo presenta el mundo y estos dos amigos, pobres y carentes de talento (Mittens y Rhino), que logran guiarlo como el oráculo de Delfos a su propio carácter de perro. Si esto pudiera encerrar algún tipo de estatismo, sería el mismo que reza en el “conócete a ti mismo”, pues es justamente el carácter proyectivo y escatológico que tiene el éxito, una causa del extrañamiento que produce en el hombre su alteración, su vuelta otro. El hombre al querer superarse, salir de su comprensión primera, su ámbito, el cuerpo y su hábitat, deja de ser hombre y se desconoce. Siguiendo el hijo de Aracne, el viaje de Bolt se relaciona con su revinculación al mundo, al sistema vital de los animales y a sus imposibilidades, sus impotencias, a la sumisión (islam) que lo religa a un espacio común, una familia, siendo fámulo o esclavo de su lugar en el mundo. La crítica que esconde la heroicidad, está encriptada en el posesivo que usa Bolt al referirse a Penny, llamándola “mi persona”, siendo este posesivo una pertenencia, similar a la que esconden las relaciones sanguíneas, en la que nadie es poseedor de la otra persona: nos debemos a esa inexistencia del yo. La comunidad anula la heroicidad como imperio del ego, así sus dos amigos, cuando Bolt decide partir solo a buscar a Penny a Los Ángeles, comprenden que la amistad es ese deber sin imposición, como dice Rhino, surgido en el momento en que nadie querría estar con esa persona. Justamente la parodia del instante, el kairos, en que epifánicamente el héroe descubre su misión en la tierra, es que el ser no puede develar su rol social sin el resto de las personas, sin la comunidad; por lo tanto, el tiempo de soledad que requiere el héroe para descubrirlo, es el punto en que el mismo se halla impotente, cuando necesita de aquellos seres, al parecer menores, que lo conviertan, convirtiéndose ellos mismos en la heroicidad. Debe extinguirse (fana) el “yo”, para que el uno se haga parte del UNO.

Recordando la historia de la literatura y el poema de Attar, son muchos los casos en que el pensamiento europeo nos ha querido hacer creer en los grandes hombres, los grandes momentos y los grandes procesos históricos. Bolt, trata con justicia la interrupción de esa heroicidad de la que hablara Carlyle, para mostrar que la naturaleza humana es colectiva, que las producciones son comunes, y que el amar, como esa pérdida de la esperanza, o la necesidad del otro, instala y ha instalado seres y discursos, junto a los llamados grandes hombres, para que pudieran lograr su cometido.

Finalmente, si somos partícipes de una historia común en la que luchamos para recobrar esa heroicidad desde lo colectivo, es verdadero comprender cada fenómeno relevante y significativo como una suma de voces, una suma de esfuerzos silenciados, un coro y una multitud de cuerpos que se engastan en ese gran cuerpo que es la humanidad. Además, es importante pensar, como también lo manifiesta Bolt, que todo aquello que nos rodea, los “hermanos menores” que imaginó San Francisco, son colaboradores silenciosos en nuestra misión. Los perros y los gatos, los hámsters, los peces y toda la fauna que es olvidada en la ciudad, además de esas personas que nos alimentaron, nos brindaron alojamiento, comida y amistad, son dignos héroes en esta maquinaria que produce anonimato. Recuerdo a Beppo, el gato de Borges, a los numerosos animales que han rodeado a los escritores, y recuerdo también a sus amigos, quienes no lograron llegar al palacio de los consagrados. Siento que les debemos respeto a esos seres que nos llenan de cariño en este viaje sin retorno, a estos ángeles, que como planteara el árabe o el primer cristiano, eran vínculos con la obra de Dios. Quizás sea anodino, pero el agradecimiento, un sincero gracias, en estos tiempos en que tendemos a la soledad para el éxito y el reconocimiento, me parece sensato e indiscutible. Reclamar para esos pájaros que no llegaron al trono su nombre divino, a quienes desaparecieron (fana) para unirse con Dios o una comunidad, su lugar en el gran cuerpo del Simurgh.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

wena cuá cuá

Anónimo dijo...

grande cuá!!!

Anónimo dijo...

Recuerdo a Laika,( en ruso, "que ladra") un animalito que poco o nada sabía de las artes astronáuticas y que por sus especiales facultades (era mansita, no muy grande y comía poco...) fue elegida, de entre otros candidatos, para ser la primera criatura viva lanzada al espacio exterior.
Curioso resulta que esta aventura canina despertara en la humanidad una sensación exacerbada y colectiva de amor y cariño por los perros, sentimientos que incluso rayó en la locura (recordemos la anécdota del perro volador lanzado en paracaídas desde un céntrico edificio de Santiago allá por 1957, emulando el descenso oficial de la perra y causando asombro entre los mal informados santiaguinos).
Laika comenzaba a encarnar al primer superhéroe canino de la historia. Sus vicisitudes fueron mantenidas en secreto por el gobierno de la vieja URSS, se dijo que incluso que volvería ala tierra, siendo que la realidad mas dura decía que había muerto siete horas después del despegue. Un halito de misterio (condición del héroe trágico o del santo) comenzó a rodear su existencia, al igual que todo un merchandising que incluyó incluso un set de estampillas conmemorativas y posteriormente, la inclusión en alguna literatura de ciencia ficción (era que no!). De alguna manera, Laika es el primer animal elevado de categoría, tanto por las estructuras comerciales de la época como por la sociedad entera, la prueba mas palpable es que luego de casi 50 años nos acordamos de ella y está dentro de la “enciclopedia colectiva” de las personas. Los héroes, bajo esta visión, no tienen idea de lo que encarnan, son los hombres quienes le otorgan facultades superiores y que no son otra cosa más que sus propios miedos pero sobrepasados y encarnados en “el otro”. De cierta manera es un egoísmo recalcitrante, un individualismo mimetizado de colectividad.
El sufrimiento de Laika mientras iba cocinándose en el modulo espacial o las disquisiciones de Bolt acerca de su ama no son tan disímiles entre sí, en cuanto encarnan nuestras propias limitaciones. Bolt y Laika comparten la misma epistemología: de ellos mismos, nada más saben que sus necesidades básicas. El resto, es solo ficción.

(Montaraz)