lunes, abril 16, 2007

América en las orillas: Zama de Antonio Di Benedetto



Aviniendo con los elogiosos comentarios que prominentes figuras literarias como Julio Cortázar, Noé Jitrik y Juan José Saer, la necesidad de glosar o exponer la vitalidad de una mal llamada “Novela Histórica”, se torna incontestable a medida que el conciente olvido que prodigan los mecanismos canonizadores cuenta como única vara de medición. Así Antonio Di Benedetto, nacido en la ciudad de Mendoza (Argentina), escribió Zama en el año 1956; autor además de novelas y cuentos, Di Benedetto desarrolla en dicha novela, a grandes rasgos, el período de diez años en que el funcionario colonial Diego de Zama debe esperar en Asunción del Paraguay, para poder volver a encontrarse con su familia en Buenos Aires.

Más allá de una síntesis, la novela busca en tres capítulos titulados por años (1790,1794 y 1799), la estructuración de un lenguaje original tanto en la particularidad como en el carácter fundacional del sentido americano. Ahora bien, ante la propuesta de Saer, quien considera el lenguaje de la novela no como una reconstrucción del castellano colonial sino como una exposición del esplendor del Siglo de Oro español, la intención de validar una u otra lectura es inocua, pues si bien la problemática de la novela se halla en su lenguaje, es la nominación y la determinación del ámbito y las acciones lo que intriga, moviendo al lector desde la aparente quietud y objetualidad (con que se ve vinculado al Nouveau Roman y la poética de Alain Robbe-Grillet), a los diseños alegóricos, al oscuro magnetismo de lo esotérico e inevitablemente a los dominios de la vacilación, la duda y la inestabilidad, a saber, rasgos esenciales del fenómeno fantástico.

Desde el hecho que la novela sea dedicada “A las víctimas de la espera”, es posible identificar una búsqueda propuesta, un decurso inmóvil y larvario que será comparado con la alegoría de la condición americana; situación de ninguna manera anómala ni gratuita, considerando que otra de las grandes novelas americana, El Astillero de Juan Carlos Onetti, sería publicada cinco años después, valiéndose de la espera de Larsen (Juntacadáveres) en las ruinas de un astillero, perpetuamente a las puertas de una refundación moderna y purificadora de aquella fundación anterior, teatral, fatua y espuria. De esta manera, la espera y la degradación fundacional en términos americanos nada nuevo esconde al sol, incluso, tal es su enraizada condición de antiguedad, que los sucios y bajos avatares del jurista Zama son ya bíblicos y por ende occidentales, transformando en una territorialización los presupuestos frustrados que el mundo occidental ha querido ignorar: la inoperancia y la barbarie que propugnó y sigue sosteniendo el mundo civilizado en contra del microcosmos que su visión no alcanza a percibir. Mentiras, traiciones y bajezas morales que habrían de ser propias del iletrado indígena, son, por el contrario, aditivos a la decadencia que revela Zama a fines del Siglo XVIII como puente para mostrar la saludable continuidad del vicio con que se ha construido la civilización occidental. Así, aunque la crítica colonial pareciera ser moderna, es en el fondo, una crisis de la nominación, del fundar con la palabra y crear el ámbito de dicho lenguaje: America es la imposibilidad de nombrar y es también su territorio.

América es la tierra que quedó varada entre las aguas, tal y como aconteciera alegóricamente con la figura del mono en el primer capítulo: “Con su pequeña ola y sus remolinos sin salida, iba y venía, con precisión, un mono muerto, todavía completo y no descompuesto. El agua, ante el bosque, fue siempre una invitación al viaje, que él no hizo hasta no ser mono, sino cadáver de mono. El agua quería llevárselo y lo llevaba, pero se le enredó entre los palos del muelle decrépito y ahí estaba él, por irse y no, y ahí estábamos (...) Ahí estábamos, por irnos y no.”

América es lo dicho y el lenguaje en que fracasa su nominación. Es esa ribera en que no se puede partir ni menos llegar, y por esa razón, la brutalidad con que se desenvuelve la escritura, la profusa y compleja imaginación de la alegoría, y la mediación del fenómeno fantástico en Zama, ha dificultado, dificulta y seguirá dificultando la categorización taxonómica de su violencia. Ya sea “Literatura Experimental”como se han encargado de llamarla, o como toda gran literatura, Zama ha construido su decrépito muelle lejos de los centrismos en la batalla canónica; Zama le ha dado validez a la provinciana escritura montaraz en la que un mendocino pudo festinarse a las concatenaciones temporales, siendo único y a la vez común y silvestre, siendo uno y siendo todos ( como hubiera gustado a Borges) en el poderoso desarrollo de una literatura fantástica que logra desmarcarse de Europa. En ese sentido, aunque reviste complicaciones que exceden cualquier análisis, considerar Zama como una novela fantástica que prefigura el Realismo Mágico al punto de agotarlo, no es más que considerar que la ficción americana es un vínculo entre lo conocido- racional y lo desconocido-prerracional, un hiato vacilante en que los sujetos buscan determinación haciendo elipsis de sí mismos (“«Le he dicho quien era Zama» Un resplandor de mi otra vida, que no alcanzaba a compensar el deslucimiento de la que en ese tiempo vivía”), escindiéndose, borrándose y volviendo a nacer sin metempsicosis alguna. No hay almas que superen la muerte y la detención americana. Ya la imaginación de Zama lo hacía ver a un joven rubio robándole unas monedas sin que nadie lo viera. También creería verlo junto a una mística curandera, para llegado el final encontrárselo en su lecho mortal sin saber si es que se había olvidado de su propia infancia, había entrado en comercio con fantasmas o santos, vivía la gran alegoría de la vesania nominadora o bien este encuentro era consigo mismo, frente a frente, Nombre y Nominador.
Al cabo, habiendo usado sólo como ejemplo el caso del niño rubio, Zama cuenta con variadas digresiones y entradas a la objetualidad como lenguaje mediante la detención, siendo lo particular en esta escritura la interconexión semántica que existe como estructura velada. Tal estructura abarca desde la semiosis cotidiana y familiar, hasta la comunidad social, la sociedad y el ámbito que se propone decir y predecir en la novela. Se dice en tanto simulación de una referencia, y se predice al configurar el mecanismo genésico con que se cambió el tiempo de un continente para traducirlo en fracaso.

Como un ovillo enredado, Zama continúa requiriendo lectores que destejan y logren avizorar formas en la arquitectura original del agua. Pues si bien no fue mencionado anteriormente, la condición acuática y fluvial de las literaturas fundacionales, determina en Zama el diálogo intertextual con las literaturas americanas como lecturas. En Zama hay posibilidades y versiones desde la vacilación fantástica, mas nunca certezas acerca de las posiciones y los valores presentados. Zama, como los ríos que inundan pero engendran, es el espejo en que puede encontrarse sosiego para la dispomanía, así como ahogo para quien busque estabilidad.

1 comentario:

David Villagrán Ruz dijo...

Aunque no he leido el libro, te aseguro que es el mejor articulo que llevas hasta la fecha.

Bien!