Más allá de la obsesa crítica acerca de lo objetivo, lo inteligible y la comunicabilidad de la imagen cinematográfica, hay una crítica instalada en la tradición literaria occidental, más exactamente americana.
El rechazo a lo nuevo (misoneísmo), en materia occidental, pareciera estar ligado más a cuestionamientos antiguos y religiosos, que a una querella moderna. Quizá con mayor certeza, deberíamos hablar de dintel o umbral, en que lo conservador y lo innovador, lo antiguo y lo moderno, se encuentran, dialogan y bajo el imperio del método se repugnan imponiéndose uno momentáneamente, hasta un nuevo cambio de paradigma obligado por la reificación del modelo victorioso. Esa es una posibilidad, la otra implica la exclusión de todo discurso excéntrico. Tal excentricidad, por supuesto, no aglutina la fastuosa pirotecnia surrealista, la corporalidad, la ideología aplicada, la teoría del reflejo, las reivindicaciones sociales o cualquier intento burdo de centralizar las literaturas. Al arte que me refiero es aquel que goza de perfecta salud a pesar de los siglos, el olvido y la incomprensión. Llámese literatura mística, espiritual, cósmica o el vulgar mote que quiera dársele, las representaciones a las que aludo están en toda época y lugar. Desde el poema del Gilgamesh, Los Vedas, el Mahabharatha, el Ramayana, la Torah, eL Tao te King, El libro de los libros del Chilam Balam, El Popol Vuh, Las Eddas, para llegar a misticismo Sufí, la contemplación del Haiku, la lírica de Kalidhasa, la mística de San Juan y Santa Teresa, la obra del Dante, la reflexión de Meister Ekhart y Jakob Boheme y la poesía de Gerard de Nerval, Novalis, Rilke, un ignorado Baudelaire, O.V. Milosz, Jacobo Fijman, Pedro Prado y la poética de Gustavo Ossorio.
Hay un mundo por conocer, un revés de las literaturas centrales desplazado por ignorancia. Mas la naturaleza de tal ignorancia es la que dignifica y tiende el velo de Isis para que la distancia entre estas obras y el grueso público siga en pie. Lo desconocido es lo próximo, y justamente el alma, el hálito, aura, nefesh o aliento, aquello que se ignora o bien, se quiere posponer. La vida es una educación de la distancia, una educación de lo que desaparece: una educación de la Muerte. Ahora bien, la entrada en esa vida que se abre como un misterio, conectada con el espacio de máximo asombro ( como se presenta en The Fountain: la muerte es la vía al asombro), arrastra al sujeto a la contemplación de los fenómenos mudables como figura de un inmanifiesto patrón, o secuencia esférica que tiene su centro en todas partes mas carece de límite y área. Llamado de muchas maneras, este ámbito es preocupación de pocas personas. Seres que asimismo descúbrense vaciados en el hacer, intentando en una mirada llena de pasión (martirio), revelarse en la coordinada sucesión de eventos, como partícipes y agentes de dicha dinámica. Descubrir que la particularidad y la diferencia es también el vínculo con la generalidad y lo común, es la labor de tal sujeto en su búsqueda de comunicar dichas visiones. Entusiasta, el viajero espiritual recurre a las situaciones repetidas: animales, acciones rutinarias y desacralizadas, plantas y entidades de la proximidad, para estallar su condición trascendente y en esa senda, purgar el espurio lenguaje en una escritura (surco) por la que tendrá que pasar el líquido mensaje de la vida. El sobresalto, el peligro y la indefensa condición son marcas de la precariedad a la que se ve forzado este transhumante. La culminación de su obra es el argot, la sobrecarga, la devoción abismal y abismada, y la criptografía de diversos niveles aparentemente fragmentarios e incomunicados, pero que a la luz del inefable carácter del alma es traducida a la simpleza de la experiencia liminar, es decir, la experiencia sincrónica de la unidad o anamnesis, en un viaje inmóvil al centro del universo, al invisible corazón y motor del cosmos.
Tal es el origen de The Fountain, la búsqueda amatoria en la copa de la vida. La inmortalidad o la cura de la vida. Así en el ininteligible lenguaje de las imagenes del alma, la presurosa vanidad de los conocimientos adquiridos seca el propio Árbol de la Vida, la copa que hemos bebido en nuestro interior, muriendo definitivamente a la vida eterna.
Sin pensar siquiera en ciclos, repeticiones o retornos, The Fountain es como la Escritura en su carácter abierto a los cuatro caminos de la interpretación (literal, moral y alegórica), los cuatro ríos del Edén y la Nuez que esconde la semilla, la anagogía con que germinará el Mundo por vez primera.
La familia cósmica cifrada en el Árbol vaciado es la incertidumbre que motiva The Fountain. El agua genésica se agota, y así la vida o la promesa de la vida perenne. Tal sabiduría corre el riesgo de perderse ya sea en la ficción o en la superposición de los eventos en la realidad objetiva. El tiempo es el códice a desentrañar, para descubrir que lo perecedero anida en lo falsamente vital: aquello que agota la fertilidad, aquello que quiere sobrevivir. La Muerte es el camino al asombro, pues la Muerte es el lagar en que el Escanciador utiliza las materias descompuestas para fermentar el elixir que sostiene el mundo. El padre y la madre han de morir para que sea el hijo. El hijo crece de los cadáveres de sus antepasados, y la Muerte es quien fagocita aquello que cree vivir para transformarlo en permanente. Para que en vez de leer, sea la Escritura misma y la Ley de toda cosa.
Hay un Árbol que es Fuente, hay un vacío llamado Mujer que espera ser llenado. Hay también un tipo de agua que desciende de las estrellas, mojando nuestras cabezas y recordándonos que tenemos los ojos hacia afuera, cuando deberíamos saberlos hacia adentro.
2 comentarios:
Gracias Carlos.
Siempre es agradable descubrir que la escritura es un puente.
Sortes!
Juan Manuel, tu comentario es sugerente y abierto como deberían ser las exégesis verdaderas.
Me gustaron varias imágenes:los ríos del Paraíso y la mujer vacía. Hay que pensarlas.Hay otras muchas referencias que no conozco, pero eso abre el apetito.Gracias por tu envío
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