lunes, octubre 29, 2007

En voz alta



Desde que leí en el diario la aciaga noticia de la muerte de Filebo, también llamado Luis Sanchez Latorre, he querido escribir algo sobre él. Quizás esto más que un eco sea diálogo. Entre la duda y el pudor, he atravesado las atarantadas y elogiosas columnas y crónicas, los juiciosos escritos acerca de su rol en la SECH, la crítica y la escritura memoriosa como fundamento de una posible historicidad o conciencia de ella. He leído, mas grande ha sido mi sorpresa al descubrir la que es, fue o sería una columna desde el más allá. Aún sin saber a ciencia cierta el contexto de producción exacto de la columna (y claramente habiéndolo evadido), el hallazgo y posterior lectura de este, a primera vista, anodino material, me llevó a replantearme ciertas cuestiones y cuestionamientos acerca de la literatura.

El primero, menos intelectual que civil, alejado de la lectura mas cercano a la interpretación amorosa de un territorio nuevo, tiene que ver con un reciente viaje al Perú, motivado por la presentación de una ponencia sobre el ejercicio liberador del discurso crítico de Jorge Luis Borges en el ámbito latinoamericano.Así también, la posible columna o fragmento, curiosamente, versaba sobre un conferencia dictada por Borges y Victoria Ocampo acerca de Paul Verlaine. Según el hastío del noble comentador, entre el profuso algarabismo babélico que practicaba Borges (oratoria en inglés, francés y alemán) y la tibia, por no decir apagada, lectura de los poemas en francés por parte de Victoria Ocampo, fue generándose una sensación de desagrado entre los asistentes más iconoclastas. Más allá de un descubrimiento venturoso, lo medular estribaba en que el comentario era hecho por Ernesto Sábato, y Filebo, como un antiguo mediador, simplemente sostenía de pueblo en pueblo la crítica o crisis. Sumándole a esto matices analógicos (que Joseph Conrad hubiera repudiado), las materias traductivas en el pensamiento y la ensayística de Borges ( el objeto de mi ponencia), supondrían el considerar a dicho autor como un mistagogo y mayeuta en la construcción de un canon latinoamericano.

He llegado a repudiar el purismo como hiciera Borges con el contrahecho nacionalismo que se erguía frente a la multívoca constitución de la situación rioplatense. Mas dicho repudio crece exponencialmente cuando lo contrasto con un hecho tan sencillo (el que expondré a continuación), pero tan abisal al mismo tiempo. Ante la insistencia del público para que Ocampo leyera con mayor energía los poemas de Verlaine, la órfica lectora replicó "Estos poemas no pueden ser leídos en voz alta; estos poemas son para ser leídos en un cuarto, no en un salón". Magnos difusores del intelecto, como dijera Neruda "Se adjudicaron /haciendas, látigos, esclavos,/catecismos, comisarías/cepos, conventillos, burdeles, /y a todo esto denominaron/ santa cultura occidental" ( Canto General, IV Los Conquistadores, XVI Los Nuevos Propietarios).

Sin mediar marxismos ni reivindicaciones, he meditado durante el viaje al Perú sobre este ejemplo, intentando ligarlo con la persistente preocupación en la función de la crítica y de la misma literatura, la validez de un estatuto latinoamericano o la posibilidad de presentizar ese anhelo en una historicidad o teoría propia. Debo declarar que he visto con desconfianza dichas prácticas. Esto, para nada extraño sino más bien lógico, no impide considerar que el incipiente mutismo o el deliberado silenciamiento aurático o bien sacralizante frente a ciertos registros regios, es otro residuo cenacular que sí cabe achacarle a la tan vejada Iglesia Católica. Pareciera ser incluso, que ciertos ámbitos nos recuerdan la insalvable proximidad entre la institución literaria y religiosa. Dejemos estas materias. Lo edificante es, aparte de la sutil ironía, el reconocer la lentitud de las mutaciones. Esto, ya que en estos estadios del recorrido histórico, más allá de proposiciones y proyectos, deberían proliferar los infructuosos y fallidos intentos por destruir o construir lo mentado como latinoamericano. Tales intentos escasean, y siendo los jóvenes los depositarios y practicantes del error como escuela teórica, no deja de ser paradójica la sumisión de los mismos a un añejo institucionalismo de las "buenas lecturas" o el acervo necesario para hablar de tal o cuál tema. Creo que no existe más que una enojosa pasividad y temor, por sobre todo nocivo para la crítica. Cierto es el rigor y la disciplina para tratar dignamente las materias; pero no todo lo que brilla es oro, así como no todo lo loable debe ser silenciado para hacerlo patrimonio de unos pocos. Las dudas y descréditos a las instituciones y falsas creencias, llámense universidades, profesores y tradiciones asépticas deben ser dichos en voz alta, así como también las poesías, ya en su vernácula expresión como en las espurias traducciones. Nada ha de ser más importante que una axila o un brote de hierba, nada más privado que un cuerpo, nada más común que la ignorancia.


Lejos ya del tiempo de la veracidad y la correcta interpretación, vagamos entre murmullos de la docta inspiración, aterrados por la falsa erudición, entre traductores y cosmopolitas, ignorando el segundo punto que quería tratar en este escrito: si ya es paradójico que el liberador de la tradición latinoamericana en su diferencia (Borges), practicara el incivil escarnio al bárbaro, más aún lo es el considerar que las literaturas pueden ser comprendidas de otra manera que como fantasmas de una muerte que no requiere de la presencia. Que no requiere de un cuerpo muerto. La literatura no requiere de objetos. Asi, similares a las materias de la imaginación, las literaturas son más bien el eje o el subconjunto intersectante entre las creencias particulares de qué es lo literario o donde se hospedan las disímiles particularidades del gusto y la época. El imaginal punto equidistante a todas las creencias. En esta detención, las cuatro dimensiones (el tiempo y las tres físicas) se extienden sin querer hallar límite. La literatura es esa persistente amenaza sobre las entidades definidas, que sin decir, sugiere que es posible prescindir de ellas. Por lo mismo, recordando a un viejo hombre que ya es literatura, como el Fausto o Adán; recordándolo practicar la escritura juvenil , a saber, aquella que se equivoca, detiene y fractura en su decurso, sólo puedo esperar que en esta, mi errática escritura, haya siquiera una chispa, un fragmento de la luz creadora ( aquella recordada por los cabalistas), un tenso hilo en que tañer los sones de la imposible identidad, aquella en que Dios no es ni se parece a sus creaturas, así como en el lenguaje, el simulacro de dicha creación que operaría por semejanza.

1 comentario:

David Villagrán Ruz dijo...

yapo comenten, no sean flojos!