Más de alguna vez quise escribir -o quizás lo hice- una de estas micrologías infectadas por el virus de la nanosemiótica, que juzgué ensayos (y ya no juzgo), sobre la judaica figura de Luis Vaisman. Hoy, lateralmente, gracias a la publicación de su último artículo recordé dicha empresa.
Adheridas al cuerpo de la historia, las fechas son importantes más para el oscuro profesor de colegio, que para el dignísimo investigador de la historia. Como rémoras o parásitos, las numeraciones de las fechas, sus detenciones y fijezas, trabajan en el comensalismo de la voluntaria historia emblemática. Del mismo modo en las civiles preocupciones, la fecha indica tanto la importancia de los ciclos y las conmemoraciones (cumpleaños, muertes), como la proyectiva cualidad de la vida. Tomada por el tiempo antiguo y el moderno, el de los ciclos y el de la discontinua actualización de la diferencia, la fecha define la creencia en el pasado o el futuro mas no en el presente. Lo que deberíamos hacer para recordar todos los años o aquello a lo que deberíamos aspirar sin aún haberlo alcanzado, son dos de las opciones de construir el deber ser. Por lo mismo, el conocimiento de las fechas más que anecdótico, permite comprender de qué modo el tiempo varía según la interpretación del sistema arbitrario de su contabilidad. Pero existen otros tiempos distintos, temporalidades que, a diferencia del judío modo, no actualizan la inminencia de un pasado que ha de encontrarse mesiánicamente con el día del sentido, sino que fingen detener el tiempo de los relojes, ser ese número que no refiere a nada y así poner en suspenso el curso de los ríos y las aguas.
Me refiero a las fechas literarias, las fechas que aparecen en las literaturas y las configuran silenciosamente desde su interior y exterior. Valga el caso de El Sonido y la Furia, novela construída sobre cuatro fechas como títulos de capítulos, indicando el cambio de temporalidad y espacialidad. En dicha novela, más que insinuar una preponderancia del tiempo cronológico, las fechas indican el curioso comportamiento de la memoria tanto voluntaria como involuntaria, los lapsos de conciencia de los personajes y la superposición de actores sobre un escenario en ruinas, dando cuenta de una repetición destructiva, de una imposibilidad de escapar a dichas fechas.
Si las fechas son la imposibilidad de detenerse, al punto de tener que estabilizar la diferencia desde ciertas iteraciones numéricas, digamos, estaciones, en El Sonido y la Furia, trabajan aboliendo el decurso, pues la historia de una familia derruida se transforma en la impotencia de superar los hitos, de cargar los hatos fúnebres, superar los antiguos túmulos, deviniendo tabú, silenciamiento y olvido. En ese sentido, Luis Vaisman requiriendo de mí una mayor detención, reparó en que no había mencionado jamás que los títulos de los capítulos de la novela eran decisivos, siendo este primer escarnio y su inexacta fecha, el punto en que descubrí que la novela y sus personajes encerraban una extremidad aun más trágica que lo que imaginaba. Vivir sin transcurso, estar en la eternidad de un instante, un error o pecado, como lo cree la historia de la salvación, es estar a merced del tiempo de los lectores o de Dios, inevitablemente vueltos personajes, fantoches de madera bailando gracias al soplo del lector que corre la hoja (metáfora del árbol y de la materia muerta) o del aliento.
Hay otras fechas, como aquella víspera de navidad de 1938 cuando un anciano Borges no pudiendo subir por el ascensor, enfila lentamente hacia las escaleras (pensando quizás en que alguna vez pudiera saber cómo ascender)y en su parsimonioso caminar golpea la cuidada cabeza con una ventana abierta. El resto es leyenda. Su madre sabría luego del incidente y se especula que habría ido a reunirse con Susana Bombal. El caso es que gracias a este percance, la literatura de Borges cambia. Ya sea por la inminencia de la muerte u algo que desconocemos, este evento es materia de El Sur, transformándose así en el renacimiento de un escritor que lo único que anhela es dejar de ser. Como los sufíes, desde ese momento, Borges, como Cervantes o Whitman, quiere ser una Literatura. Y no es casual la fecha, creo, considerando la infamia que supone sobrevivir a la víspera de navidad. Pensemos en esto. Borges sueña a Dahlmann cumpliendo el destino de espada de sus antepasados, mientras Dahlmann agoniza y a su vez, Borges también lo hace. ¿Qué es aquello soñado más que la posibilidad de posponer la muerte?
El único instante que conjuga el presente es la última frase, que ahora parafrasearé: "Dahlmann empuña el cuchillo que acaso sabrá usar y sale a la llanura". Del mismo modo que una fecha, el presente intransitivo, eterno, y por eso, extraño al tiempo, es el instante en que Borges comprende que todo debe dejar de ser y ser trabajado por el olvido. Permanece la fecha, es decir, persevera, pues el hecho es frágil y la voluntad sobre él es desaparecerlo, falsearlo, a saber, leerlo. Las letras son las mismas, pero Cruz frente a Martín Fierro extrañamente interpreta una contradicción, ve más acá del evento y el nombre, transformándose en quien debía atrapar. Y siento que es demasiado laxo pensar en contradicciones frente a esto, ya que Borges atrapado por el sentido, en vez de consagrarse a la búsqueda de la identidad, elige la copia, el diferir ese sentido y no vivir: solo estar en los libros como un espíritu sobre las letras, sin ojo ni signo, sin aquello buscado, resignándose a la superficie. Digamos, que esa víspera de navidad contiene y es contenida por la obra completa de Borges. Más allá de Aleph o vórtice, dicha fecha anula la posibilidad de vivir y de morir en él, anula la posibilidad, lo hace leíble para todos salvo para él mismo.
Canto General, obra capital del año 50 del siglo pasado, piensa de manera diferente las fechas. En alguna parte de su profusa expresión americana, el sujeto indaga el continente marxista, más cercano al protocristianismo que a la práctica ideológica, cifrado en la restitución de un mundo cadavérico y deforme, un mundo grotesco y derruido, mediante la técnica y el fraterno amor, presentando ucrónicamente (¿qué hubiera pasado si...?) y de modo dialéctico, un germinal mundo mecanizándose en las extremidades humanas y de la tierra, dialogando con Walt Whitman y la literatura americana, levantándose ungido de ceniza y sangre. Dicho mundo, ucrónico, atacado por los falsarios críticos, es en sí una crítica y una visión de los alcances del futuro. Como ya hemos visto, las fechas destruyen el pasado y el presente, y en este caso, el futuro. Pues "saldrá también el átomo desencadenado/hacia vuestras ciudades orgullosas", así el poeta del pueblo responde a la decadencia desde un mesianismo similar al mencionado por Walter Benjamin en "Para una crítica a la Violencia". Así suspende toda posibilidad de futuro en una fecha inexacta, una fecha que de seguro también sintieron los Mayas y los Conquistadores si su proyecto se veía frustrado. La venida de Dios en las manos del hombre o del mundo.
Adheridas al cuerpo de la historia, las fechas son importantes más para el oscuro profesor de colegio, que para el dignísimo investigador de la historia. Como rémoras o parásitos, las numeraciones de las fechas, sus detenciones y fijezas, trabajan en el comensalismo de la voluntaria historia emblemática. Del mismo modo en las civiles preocupciones, la fecha indica tanto la importancia de los ciclos y las conmemoraciones (cumpleaños, muertes), como la proyectiva cualidad de la vida. Tomada por el tiempo antiguo y el moderno, el de los ciclos y el de la discontinua actualización de la diferencia, la fecha define la creencia en el pasado o el futuro mas no en el presente. Lo que deberíamos hacer para recordar todos los años o aquello a lo que deberíamos aspirar sin aún haberlo alcanzado, son dos de las opciones de construir el deber ser. Por lo mismo, el conocimiento de las fechas más que anecdótico, permite comprender de qué modo el tiempo varía según la interpretación del sistema arbitrario de su contabilidad. Pero existen otros tiempos distintos, temporalidades que, a diferencia del judío modo, no actualizan la inminencia de un pasado que ha de encontrarse mesiánicamente con el día del sentido, sino que fingen detener el tiempo de los relojes, ser ese número que no refiere a nada y así poner en suspenso el curso de los ríos y las aguas.
Me refiero a las fechas literarias, las fechas que aparecen en las literaturas y las configuran silenciosamente desde su interior y exterior. Valga el caso de El Sonido y la Furia, novela construída sobre cuatro fechas como títulos de capítulos, indicando el cambio de temporalidad y espacialidad. En dicha novela, más que insinuar una preponderancia del tiempo cronológico, las fechas indican el curioso comportamiento de la memoria tanto voluntaria como involuntaria, los lapsos de conciencia de los personajes y la superposición de actores sobre un escenario en ruinas, dando cuenta de una repetición destructiva, de una imposibilidad de escapar a dichas fechas.
Si las fechas son la imposibilidad de detenerse, al punto de tener que estabilizar la diferencia desde ciertas iteraciones numéricas, digamos, estaciones, en El Sonido y la Furia, trabajan aboliendo el decurso, pues la historia de una familia derruida se transforma en la impotencia de superar los hitos, de cargar los hatos fúnebres, superar los antiguos túmulos, deviniendo tabú, silenciamiento y olvido. En ese sentido, Luis Vaisman requiriendo de mí una mayor detención, reparó en que no había mencionado jamás que los títulos de los capítulos de la novela eran decisivos, siendo este primer escarnio y su inexacta fecha, el punto en que descubrí que la novela y sus personajes encerraban una extremidad aun más trágica que lo que imaginaba. Vivir sin transcurso, estar en la eternidad de un instante, un error o pecado, como lo cree la historia de la salvación, es estar a merced del tiempo de los lectores o de Dios, inevitablemente vueltos personajes, fantoches de madera bailando gracias al soplo del lector que corre la hoja (metáfora del árbol y de la materia muerta) o del aliento.
Hay otras fechas, como aquella víspera de navidad de 1938 cuando un anciano Borges no pudiendo subir por el ascensor, enfila lentamente hacia las escaleras (pensando quizás en que alguna vez pudiera saber cómo ascender)y en su parsimonioso caminar golpea la cuidada cabeza con una ventana abierta. El resto es leyenda. Su madre sabría luego del incidente y se especula que habría ido a reunirse con Susana Bombal. El caso es que gracias a este percance, la literatura de Borges cambia. Ya sea por la inminencia de la muerte u algo que desconocemos, este evento es materia de El Sur, transformándose así en el renacimiento de un escritor que lo único que anhela es dejar de ser. Como los sufíes, desde ese momento, Borges, como Cervantes o Whitman, quiere ser una Literatura. Y no es casual la fecha, creo, considerando la infamia que supone sobrevivir a la víspera de navidad. Pensemos en esto. Borges sueña a Dahlmann cumpliendo el destino de espada de sus antepasados, mientras Dahlmann agoniza y a su vez, Borges también lo hace. ¿Qué es aquello soñado más que la posibilidad de posponer la muerte?
El único instante que conjuga el presente es la última frase, que ahora parafrasearé: "Dahlmann empuña el cuchillo que acaso sabrá usar y sale a la llanura". Del mismo modo que una fecha, el presente intransitivo, eterno, y por eso, extraño al tiempo, es el instante en que Borges comprende que todo debe dejar de ser y ser trabajado por el olvido. Permanece la fecha, es decir, persevera, pues el hecho es frágil y la voluntad sobre él es desaparecerlo, falsearlo, a saber, leerlo. Las letras son las mismas, pero Cruz frente a Martín Fierro extrañamente interpreta una contradicción, ve más acá del evento y el nombre, transformándose en quien debía atrapar. Y siento que es demasiado laxo pensar en contradicciones frente a esto, ya que Borges atrapado por el sentido, en vez de consagrarse a la búsqueda de la identidad, elige la copia, el diferir ese sentido y no vivir: solo estar en los libros como un espíritu sobre las letras, sin ojo ni signo, sin aquello buscado, resignándose a la superficie. Digamos, que esa víspera de navidad contiene y es contenida por la obra completa de Borges. Más allá de Aleph o vórtice, dicha fecha anula la posibilidad de vivir y de morir en él, anula la posibilidad, lo hace leíble para todos salvo para él mismo.
Canto General, obra capital del año 50 del siglo pasado, piensa de manera diferente las fechas. En alguna parte de su profusa expresión americana, el sujeto indaga el continente marxista, más cercano al protocristianismo que a la práctica ideológica, cifrado en la restitución de un mundo cadavérico y deforme, un mundo grotesco y derruido, mediante la técnica y el fraterno amor, presentando ucrónicamente (¿qué hubiera pasado si...?) y de modo dialéctico, un germinal mundo mecanizándose en las extremidades humanas y de la tierra, dialogando con Walt Whitman y la literatura americana, levantándose ungido de ceniza y sangre. Dicho mundo, ucrónico, atacado por los falsarios críticos, es en sí una crítica y una visión de los alcances del futuro. Como ya hemos visto, las fechas destruyen el pasado y el presente, y en este caso, el futuro. Pues "saldrá también el átomo desencadenado/hacia vuestras ciudades orgullosas", así el poeta del pueblo responde a la decadencia desde un mesianismo similar al mencionado por Walter Benjamin en "Para una crítica a la Violencia". Así suspende toda posibilidad de futuro en una fecha inexacta, una fecha que de seguro también sintieron los Mayas y los Conquistadores si su proyecto se veía frustrado. La venida de Dios en las manos del hombre o del mundo.
1 comentario:
te agradezco una enormidad tu vision de higiene, profunda, llena de resonancias brillantisimas y madera. Tu cariño. Me siento -gracias a ti y a tantos que han tenido un tiempo para mi libro- afortunado de ser parte de este gremio desgremiado, me hacen creer que todo el esfuerzo desplegado ha válido la pena, este lay mi heart out (dejar mi corazón al desnudo) como premisa no es un salto al vacio sino más bien un aullido al que otros lobos contestaran bajo la luna. hoy o mañana. pero contestaran. yo he tenido la suerte de oirles vivo. gracias.
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